Sociedad Cognitiva, Activos Intangibles, Propiedad Intelectual y Educación

Inicialmente los países basaban su poderío en sus recursos naturales y la capacidad de producción de los commodities. Minerales, granos, hidrocarburos (petróleo) ocupaban así un lugar preponderante en sus economías. La actividad financiera giraba entorno a dichos bienes. En la actualidad, aunque muchos como el Paraguay todavía viven de lo que produce la tierra y sus recursos, la tecnología – edificada en torno al conocimiento – ha reemplazado en gran medida el rolo de dichos bienes. Los activos intangibles empiezan a trazar el nuevo gramado del terreno. Sólo así puede explicarse que naciones carentes de recursos naturales sean en la actualidad potencias económicas. La Republica de Corea, Japón y Singapur son claros ejemplos.

Al decir de Lino Barañao, el “perfil productivo” se basa en el conocimiento. Al menos esto debería ser así, si queremos sobrevivir en una economía globalizada.  Se da paso a la llamada “sociedad cognitiva”. Éstas por lo general tienden a ser “más justas y donde la educación garantiza la inclusión social”. El avance del conocimiento y el fomento de la educación en la mayoría de los casos producen una mejora cualitativa en la calidad de vida de la gente. Para crear riquezas genuinas es necesario crear conocimiento. Los investigadores no pueden seguir siendo vistos por la sociedad como “piezas de museo”. En la actualidad el uso intensivo del conocimiento científico crea un valor económico. Apostar a la ciencia es estar cada vez más cerca de lograr desarrollo con equidad y con ello lograremos en cierta medida reducir la pobreza.

La creación de empresas tecnológicas constituye uno de los principales desafíos de la actualidad. En este sentido, años atrás, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología  (CONACYT) suscribió un convenio para la implantación del proyecto denominado GÉNESIS con la financiación del Banco Mundial. A través de este proyecto se buscaba la creación de modelos de empresas con un fuerte componente tecnológico, basadas en la investigación y la innovación. A menudo nos preguntamos que necesitan la industria y el campo para que se desarrollen y generen más trabajo.  Esta interrogante es contestada por el biólogo molecular del Instituto Leloir de Buenos Aires, Gonzalo Prat-Gay en forma tajante: “Ciencia y tecnología hechas en el país.”

Resulta evidente que una verdadera sociedad cognitiva impulsa el desarrollo tecnológico de un país, con lo cual se incrementa la creación de activos intangibles. A su vez, ello directamente promueve el desarrollo económico. Ahora bien, el boom tecnológico no se produce por arte de magia. Muy por el contrato, por lo general, es el resultado de un largo proceso. Para que la sociedad cognitiva pueda desarrollarse efectivamente y que sus resultados sean percibidos por el público en general es imprescindible que se conjuguen – entre otros – cuatro factores claves, a saber: i) el fomento a la investigación; ii) la creación intelectiva; iii) un marco jurídico adecuado y iv) el factor cultural.

Históricamente el Paraguay ha asignado un paupérrimo presupuesto al fomento a la investigación. Sin ella no hay ciencia y sin ciencia no hay desarrollo tecnológico. Los estudiantes secundarios y universitarios tienen poco incentivo para dedicarse a las carreras tecnológicas. Cada año producimos más abogados que científicos. Mientras este siga siendo el panorama difícilmente dejemos de ser de ser un país agro-ganadero donde prácticamente el 60% de la económica se reduce a esperar que llueva. Casi todos los países que lograron desarrollo económico cuantitativo y cualitativo lo han logrado a partir de una fuerte inversión en investigación, lo cual ha generado a su vez crecimiento tecnológico.

La creación intelectiva es otro componente fundamental en una sociedad cognitiva. Ahora bien, ella es el resultado de un largo proceso que debe formar parte desde temprano del sistema educativo. El alumno debe encontrar el ambiente necesario para desarrollar su capacidad inventiva, debe sentirse libre para crear y expresar sus ideas. Al alumno se lo induce más a que recopile información a que la analice. Solo existe una respuesta correcta. El sistema es eminentemente dogmático. La facultad de derecho quizás sea el mejor ejemplo. Si el sistema educativo no fomenta la creación difícilmente tendremos como resultado activos intangibles. Resulta imperioso que se garantice y premie la creatividad, la investigación, la generación de ideas, la elaboración de obras y el desarrollo de productos y procedimientos que representen una actividad inventiva.

En ambientes donde existe mayor creación intelectiva y procesos inventivos, la propiedad intelectual pasa a ser un valor que merece ser respetado. Es imposible pretender enarbolar la bandera de la propiedad intelectual simplemente de la perspectiva económica de las multinacionales. Ella nos importará cuando implique proteger nuestras obras, nuestras marcas y nuestras invenciones.  La propiedad intelectual se construye de adentro para afuera. Quizás el mejor ejemplo de ello sea Corea. Según el afamado reporte 301 del US Trade Representative, en 1989 ella figuraba en la lista de países con gravísimos problemas en materia de propiedad intelectual. Desde aquel entonces, Corea experimentó un constante crecimiento económico basado en un fuerte componente tecnológico donde la creación de activos intangibles creció exponencialmente. En la actualidad, las empresas coreanas son uno de los principales solicitantes de patentes en el mundo. A partir de allí, empezaron a valorar a la propiedad intelectual.

Para que el conocimiento adquiera predicamento, devengue posteriormente en tecnología y que ésta a su vez sea aprovechada, es necesario que se lo pueda proteger. Dicha protección esta íntimamente ligada con el marco jurídico, ya que es éste el que le otorga al titular de un derecho de propiedad intelectual (e.g. titular de una marca o detentor de una patente de invención), por un lado el derecho de uso y goce exclusivo de su activo intangible, y por el otro, el denominado ius prohibendi – en otras palabras el derecho a impedir que terceros utilicen su obra o invención sin su consentimiento. Por décadas nuestro país ha tenido serias falencias en materia de protección de la propiedad intelectual. Además de un marco jurídico insuficiente, varios países nos acusaban que no existía voluntad política alguna para combatir la piratería.  Con el correr de los años y el incremento de la presión internacional lentamente la situación ha mejorado. Sin embargo, el país sigue teniendo el mote de “pirata” y los problemas de aplicación de la normativa en materia de propiedad intelectual persisten.

Quizas el factor que menos hemos considerado en el proceso de formación de una sociedad cognitiva y la creación de activos intangibles con su consecuente protección de los derechos intelectuales sea el cultural. Es precisamente el factor cultural el que permanece en el olvido en el proceso de formación de una sociedad cognitiva para nuestro país. En pos de la protección de sus intereses, las multinacionales mucho han insistido en el aspecto jurídico de la protección de lo derechos intelectuales, pero nadie recuerda al factor cultural como un elemento importante en dicha lucha.

Es cierto que la mayoría de la población permanece ajena a los grandes falsificadores y contrabandistas, a aquellas personas que inescrupulosa y dolosamente lucran mediante la comisión de infracciones a la propiedad intelectual de otros. Pero también es cierto que gran parte de la sociedad infringe todos los días – aunque de otra manera – dichos derechos. En una sociedad donde no se entiende ni valora que constituye o forma parte de la propiedad intelectual, es totalmente utópico pretender la aplicación de lo que manda la ley.

En muchos casos la sociedad no se da cuenta que comete una infracción porque simplemente no sabe que el acto realizado violenta la creación intelectual del otro. Hechos éstos que sumados a la impunidad reinante agravan la situación.  En el Paraguay, el verbo copiar no solamente es conjugado en todas sus formas como sinónimo de los verbos crear, idear, pensar e inventar, sino que además tal uso en sus más variadas acepciones ha adquirido total aceptación por la sociedad en general. No es un fenómeno que se reduzca a un sector de la sociedad.  Nos afecta a todos. Un ejemplar pirateado nos da igual que uno original.  Nos parece quijotesco que a días del lanzamiento de la premier mundial de una obra cinematográfica ya contemos en nuestro país con el DVD pirateado y que éste sea vendido libremente en las principales arterias de la capital.

Es obvio que existen consideraciones económicas tenidas en cuenta a la hora de adquirir un producto falsificado dado su menor costo en comparación con uno original, pero no podemos negar que los valores que manejamos estén de alguna manera trastocados. Lo aceptamos como algo normal.  A menudo existen importadores que se apropian indebidamente de las marcas de firmas extranjeras. Festivales de play back son organizados sin ninguna consideración a los derechos de autor. Los softwares son objeto de sucesivas reproducciones sin que medie licencia alguna que justifique sus usos.  Lo que resulta peor es que ni siquiera nos damos cuenta de que existen tales derechos. Nombres de cafés, pubs y restaurantes son el fiel reflejo de conocidas zonas de la capital bonaerense. Dónde ha quedado nuestra creatividad e ingenio? El plagio es el pan de cada día de estudiantes secundarios, universitarios y aún de postgrado. Los famosos trabajos prácticos son viles copias de la bibliografía utilizada. Nos atribuimos como propias las ideas concebidas y elaboradas por otros autores. Nuestros mismos profesores plagian trabajos de terceros. Como podemos pretender caminar hacia una sociedad cognitiva cuando nuestros propios jueces plagian obras? No tenemos el más mínimo respeto a la creación intelectual de los otros.

Todas estas preguntas relacionadas con el factor cultural las encontramos íntimamente ligadas al proceso educativo del individuo. Los organismos internacionales, los gobiernos extranjeros y las multinacionales gastan cuantiosas sumas de dinero en la difusión de las normas de propiedad intelectual dirigida a las autoridades y los órganos de aplicación. El proceso no debería ser arriba abajo, sino todo lo contrario. Debemos educar a las bases. Es durante estas etapas que la instrucción sobre los elementos básicos de la propiedad intelectual adolece de serias falencias. No existe en ninguna de dichas etapas un análisis sobre su contenido e importancia. Cuando somos estudiantes simplemente no comprendemos su alcance. Su inserción se da muy levemente y en forma extremadamente tardía. El adolescente termina la etapa secundaria y todavía no comprende el concepto de un plagio y mucho menos sus consecuencias. Asume con total naturalidad que puede utilizar la idea del otro como suya. Algunos incluso llegan a la universidad sin haber subsanado tal deficiencia. De igual manera, no se promueve la elaboración de ideas, la creatividad, ni mucho menos la capacidad de pensamiento propio. Mientras persistan estas falencias, no podrá reconocerse y protegerse la idea y la creatividad del otro. La sociedad cognitiva y la creación de activos intangibles continuara estando lejos.